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Maria José Guerra Palmero alerta sobre la producció massiva de vulnerabilitat i de l’antídot de la cura, també del lloc habitat
Maria José Palmero és una pensadora de la modernitat. Així la va definir Neus Campillo, de la Universitat de València, quan la va presentar, en el MuVIM, dins d’Avivament, el Festival de Filosofia València Pensa. “Amb ella, la filosofia té futur. El feminisme té futur”, va dir Campillo. Les dues coincideixen com a pensadores i com a mares. Neus Campillo es referia, en part, al seu llibre L’odissea de Penélope, sobre la feminització de les migracions i els Drets Humans, escrit amb Genoveva Roldán i Nancy Pérez, entre moltes altres aportacions escrites, entre altres, per a discutir les aportacions dels grans filòsofs com Habermas. També, al Màster d’estudis feministes que Palmero dirigeix. I és que allò que vela la mirada ho veuen les oïdes. Maria José Palmero pronunciava la conferència Qui recorda la justícia global? Desfondament de la ciutadania i vulnerabilitat tecno-eco-social. I ho feia en dissabte i huit, i contraposant distopies enfront d’utopies en una societat de masses. Era la seua manera de recordar que en l’apoteosi de la globalització, dit amb ironia, una opció front les distopies de producció audiovisual que modelen el consum d’imaginació és “pensar com podríem portar de nou al debat polític el concepte de justícia global amb la generació d’alternatives”. Es tractava de “la possibilitat d’estendre un marc d’igualtat de possibilitats, la compensació de les desigualtats en tot el planeta. Globalitzar la llei, globalitzar els drets humans front la deflació de les teories de justícia. Una potenciació de les capacitats. Un revulsiu necessari dut a terme per les forces més reaccionàries, regressives, atiilustrades i antimodernes”, deia. És una cruïlla de responsabilitats entre les quals preval “interessar-se per la qüestió del treball en nous termes: distribució, renda bàsica…”. Per què el més desvalorat, els treballs pitjor pagats, són al final els més necessaris?, es preguntava. Per què no passem diferents ocupacions pel filtre crític per a veure si redunden en el benestar dels altres? Hem d’ampliar el concepte de cura”, assenyalava.
Red de ciudades que piensan
Para la catedrática de ética y filosofía política de La Laguna y presidenta de la Red Española de Filosofía, “estudiar filosofía sirve para tener algo valioso en la vida. Se trata de vivir con la mayor autoconciencia posible frente a expectativas que podrían no ser reales”. Frente a las diversas crisis, la filosofía, en su opinión, resurge como núcleo, centro de atención, como activismo, que “nos devuelve al punto de partida, que era el ágora en Atenas”, hoy expandida hacia todo tipo de espacios públicos, lo “que amplifica el concepto de ciudadanía”, y en un momento en que reclamó, que “los que nos dedicados a la ética y la filosofía política estemos disponibles para el debate democrático”, que diría Michael Sandel, “con gusto y por necesidad”, añadió. Fue un momento de recuerdo para Javier Muguerza, “que devolvió a este país una normalidad académica con la filosofía de transición”. También, para recordar el proyecto de consolidar una red de ciudades que piensan, que dé “consistencia y calado” a las iniciativas como València Pensa.
Frente a la globalización del imaginario y de los estilos de vida ante a lo que denominó “zombificación” del mundo a lo Walking Dead, Palmero reclamaba cierta autodeterminación colectiva, “porque será colectiva o no será”. La conferenciante echaba mano de la teoría crítica, la teoría del derecho, la filosofía política. Justicia global. Igualdad de oportunidades. Compensación de las desigualdades en el planeta. Erradicación de la pobreza severa. La posibilidad de optar a mecanismos de redistribución global, la potenciación de los cuidados…. Fueron algunos de sus temas. Si la esperanza de esa justicia global creció en los 90, cuando se confiaba en que los derechos humanos se iban a extender universalmente, a día de hoy, su reflexión se formula como una pregunta de perplejidades y desconciertos frente a la quiebra del universalismo global. Lo que Foucault llamaría ontología del presente, lo más difícil, según Palmero, teorizar a posteriori. Se refería a cuando Hegel hablaba de la lechuza que emprende su vuelo al atardecer. Se refería a la crisis de 2008, al Brexit, a Trump, a la acumulación de crisis que se van penetrando una en la otra, la deuda pública, la crisis ecológica global, las evidencias del cambio de modelo económico, la brecha entre generaciones, la precariedad, también, y sobre todo, la laboral, las nuevas esclavitudes, la angustia diaria. (Recomendación lectora de Barbara Ehrenreich o David Graeber).
Vulnerabilidad tecnoecológicosocial
Palmero se refirió al desmantelamiento de lo que llamó un sistema de protecciones, lo que viene a llamarse la ciudadanía y su sistema de garantías correlativo al ejercicio de derechos. Y su percepción. Es decir, el desfondamiento, la desestabilización, el avance constante de la desigualdad y la precariedad, de la ruptura de la solidaridad natural, y la noción y “producción masiva” de vulnerabilidad, como ha teorizado María Xosé Agra Romero. Vulnerabilidad como asunto clave en la toma de conciencia ecológica. Vulnerabilidad tecnoecológicosocial. En otras palabras, la población que se elimina positivamente de las garantías “cuando los objetivos del milenio han sido cancelados sin lograr los resultados y se han sustituido, casi sin debate público, por los ahora llamados objetivos de desarrollo sostenible”. Todo esto se relacionaba con el concepto que acuñó Arendt del derecho a tener derechos, que “hoy queda desactivado”, dijo.
Y como contrapartida, el paliativo de los cuidados en una sociedad europea que envejece, también en una sociedad que proteja su oikos, el ecosistema de la ciudad. Se refería a los cuidados y no a la lógica masculinista de la protección que tiene que ver con la militarización como acta patriótica y al concepto de seguridad como avance del autoritarismo. “A lo mejor, la utopía comienza con el huerto urbano para compartir, generar vínculos, la relación con el otro y la percepción de las necesidades del otro, de la necesidad de reinventar el jardín de Epicuro, y desautorizar toda esa escala de valores ligada al dinero y a la posesión”, afirmó. Una llamada “a organizar social y económicamente la liberación de las necesidades para dedicarnos a lo que realmente nos hace humanos”: hablaba del sueño de Marx.
Era la suya una filosofía de proximidad que ponía el acento al mundo de la precariedad vivida por las generaciones posteriores a la transición. “La ciudadanía no es otra cosa que un sistema de garantías correlativo al ejercicio de unos derechos”. En su opinión, “hoy el imaginario global teje las subjetividades de los más jóvenes, sus expectativas, y el horizonte oscuro de falta de oportunidades”. De ahí que hablara de la juridificación, esto es, transponer ideas normativas internacionales ligadas a los DD HH hacia las leyes nacionales. “Se trata de avances, al menos, en el terreno normativo”, señaló.
Todo mientras señaló las vergüenzas para una humanidad capaz de tantos despliegues tecnológicos. En realidad, hablaba de presupuestos para la cooperación al desarrollo y el austericidio europeo, también en la falta de solidaridad o de los mecanismos de redistribución. Hablaba de la enorme quiebra del universalismo moral, ese valor de la Ilustración que da igual valor a cada individuo. Del repliegue hacia lo particular, el sálvese quien pueda. De una crítica al sujeto liberal autosuficiente, independiente. De la paradoja de que los países más industrializados supuestamente no van a sufrir las consecuencias del calentamiento global que producen. Hablaba de las migraciones, también las medioambientales, es decir, los refugiados climáticos. Hablaba del Alzheimer colectivo en el que se desdibuja la historia reciente. Del blindaje de las élites “rapaces”, de la falta de sentido de los trabajos, esa sensación tan necesaria; de las grandes transformaciones ligadas a la inteligencia artificial, a la automatización, la robótica. Hablaba de que los debates políticos hoy “están situados en coordenadas que ya no son las del mundo”, de la dificultad para hacer las preguntas y plantear por tanto las alternativas. También, de una crítica a la economía que sólo mide el PIB, “y el desarrollo tiene que ser compatible, incluso potenciar la libertad”, decía. “La rebelión del 15M vivió esto como rebeldía porque era el fraude, el timo de estudia, esfuérzate”, señaló.
La capitalización del malestar
Hablaba, finalmente, Maria José Palmero, de la capitalización del malestar por parte de las opciones antiilustradas, antimodernas, incapaces de pensar en la redistribución del bienestar. Hablaba del déspota ilustrado; de la imposibilidad de aplicar controles políticos sobre las multinacionales que no pagan impuestos; del actual desarrollo de la medición del deseo; de los antiestado contra la estructura de lo público. Hablaba de China ocupando África, que impone la paz a cambio de determinado desarrollo económico; de la tecnología feroz, del imperialismo cultural, de la rapidez de la ola neoconservadora, del 5G y sus tensiones; hablaba de la maquinaria de explotación enorme de sueños y de ficciones; de la capitalización del malestar “como una tragedia griega, cuando parece que la política ha perdido la posibilidad de actuar”. Y proponía revulsivos “de oponernos a la deriva de la imaginación que tiene que ver, y que además está bien financiada, con la visión del solucionismo tecnológico y el transhumanismo (el fin de la mortalidad, las propuestas de biomejoramiento, etc…”Hay quien no quiere viajar a Marte”, dijo). Y realizaba una confirmación: la preocupación del grupo con la supervivencia del planeta quizá sea ahora la brecha para intentar recuperar todo ese bagaje universalista ilustrado. ¿Cómo lograr que estas elites sean sensibles a cuestiones tan claras como el avance de las desigualdades, de la precariedad o el calentamiento global? Hablaba, Maria José Palmero, de que las siguientes generaciones “lo que quieren es tener su proyecto creativo: hoy, la producción masiva de vulnerabilidad teje sus subjetividades y piden a los adultos que hagamos un rediseño de la economía, de la movilidad, de nuestra forma de vivir. Los jóvenes necesitan un futuro visible de sociedades más humanizadas. Judith Butler, Concepción Ortega, Iris Marion Young o John Bordley Rawls fueron algunas de las lecturas recomendadas.
maria tomàs garcia