També disponible en: Valencià

Ramón González Ferriz: “¿Qué es más sabio, pensar siempre lo mismo o cambiar de opinión?”

Ramón González Férriz y Abelardo Muñoz. Foto: Natalia Figueroa

Voila. Ya ha empezado el festival de filosofía València pensa, segunda edición, que tendrá lugar del 6 al 9 de junio en distintos lugares de la ciudad. Y lo ha hecho con la presentación de un libro de historia, “1968, el nacimiento de un mundo nuevo”, una crónica periodística ¿nueva narrativa?, no tanto basada en la filosofía, como relatora de los hechos con toma periscópica, recogidos de la bonita hemeroteca del New York Times, y hecha libro, que es lo que se lleva ahora, firmada por el idem Ramón González Férriz y presentada por otro periodista, Abelardo Muñoz. Un cuarentón y un sesentón, para dejarlo en una cuestión numérica, que remite al infinito. 

El primer acto, como aperitivo al que será inaugural (el 6 de junio, sobre la “Ética del desorden”, a cargo de Ignacio Castro Rey), en un local de Russafa llamado Ubik, que toma el nombre de la novela de ciencia ficción escrita por Philip K. Dick. Realidades o universos, cada uno dentro de otro y con la inclusión de ideas de la vida después de la muerte. 

La idea del festival, o una de ellas, es provocar estados filosóficos y pensantes fuera de la universidad, en palabras de Alfonso Moreira como uno de los organizadores del certamen. El entorno, la inauguración de la exposición de Tomás Gorria, “La gráfica de la revuelta”. Una recopilación de 36 carteles de mayo del 68 y la edición de un periódico que a su vez fuese el catálogo de la exposición y que se distribuyó por las estanterías, desmembrado y colgado. Una muestra efímera que desapareció en manos de los asistentes. Y el recuerdo del 68 sobrevolando los ecos de lo que pasó y no fue. Para los que quieran saber sobre el futuro, mejor remitirse al presente. Y, según diría González Ferriz, “con un poco de nostalgia romántica antimoderna, y que pretende ser mayoritaria”.

Ramón González Férriz y Abelardo Muñoz. Foto: Natalia Figueroa

Ramón González Ferriz (Granollers, 1977) escribió el libro “para entender a la generación que ha mandado sobre nosotros los últimos cuarenta años”. De hecho, el último medio siglo (1968-2018) ha sido testigo de una generación que amaneció a la madurez con la alegría revolucionaria del Mayo del 68 y que se está jubilando ahora en pleno vigor de una revolución conservadora y de los populismos de extrema derecha que amenazan con llevarse por delante muchas de las conquistas civilizatorias de este tiempo. “Tras las revoluciones—dice González Ferriz— alcanzaron las cumbres del poder y ahí se mantienen hasta que al biología se lo impida. Simplemente quería entenderlos”, asegura.

La conclusión, según sus palabras, es que “es la parte afortunada de esa generación la que ha gozado de los dos mundos y ha conformado el nuestro en el que hemos vivido”. A saber, “ser rebeldes y formar parte del establishment al tiempo. Los podemos criticar hasta quedarnos afónicos, pero han hecho lo que es lícito hacer y aunque han dejado un mundo endeudado con crisis ecológicas y económicas”, afirmó el autor. 

De honestidad no se habló nada. Un acto para desmitificar el Mayo del 68 que suele verse como el principio de una época cuando en realidad fue el fin, en referencia a cuando Pasolini señaló aquello de que era “la última oportunidad”, cuando se acabó el tiempo de las revoluciones y empezó el de los atentados. Porque, según González Ferriz, “el libro es una crónica de ese convulso año de grandes esperanzas y sueños de un mundo mejor, pero también lleno de muertes violentas como las de Luther King, Bobby Kennedy, —por citar sólo a los conocidos—y disturbios como los de París, Tokio, Roma, Berlín y Madrid. Fue el año en que los gobiernos como el de México se volvieron contra sus ciudadanos, las fuerzas del Pacto de Varsovia invadieron Checoslovaquia, se estableció el embrión de varios grupos terroristas como la Fracción del Ejército rojo y las Brigadas Rojas, y ETA cometió su primer asesinato. Todo ello con el trasfondo ineludible de la guerra de Vietnam”.

Música y maestros. Abelardo Muñoz recordó el álbum Beggars Banquet de los Rollings, con su canción Street Fighting Man, donde se habla de las revoluciones de palacio “porque donde vivo el juego es una solución de compromiso”, que cantaba Mick. Ramón González Ferriz recordó el álbum blanco de Lenon, “donde ya se insinúa cuál será el futuro”, cuando John canta aquello de que “igual lo que hay que cambiar no es la constitución sino tu mente”.

Abelardo Muñoz. Foto: Natalia Figueroa

Un libro que aporta mucha información “para explicar que los verdaderos dramas no estaban en Paris”, para retrucar, por ejemplo, las tesis de Joaquín Estefanía cuando señala el mayo del 68 como un movimiento juvenil,  o para, recordar, como hizo Muñoz, el antecedente norteamericano del Freespeech Movement de Berkeley y decir cómo “todo fue engullido y aplastado por el sistema”. Una opinión, no obstante, que no era compartida por González Ferriz, para quien el sistema hace “algo más sofisticado. No lo aplasta, se lo queda”, en referencia a cómo los eslóganes de mayo pasaron al mundo de la publicidad. Dos ejemplos: 1. Únete a la revolución, cómprate un Dutch. 2. Los tiempos están cambiando, cómprate un Cadillac, que se usó parafraseando a Dylan.

El autor, que también escribió el libro “La revolución divertida” en 2012, en el que comparaba la movida madrileña con los libertarios catalanes, no remarcaba el jueves ni el estar a favor ni en contra del sistema, sólo reseñaba la gran capacidad de asimilación de la rebeldía, recordando a lo maoistas o a los troskistas. Si bien, durante la charla quedaba patente cómo la consecuencia directa de mayo del 68 fue el neoconservadurismo, en referencia a DeGaulle y el movimiento sindical, por señalar sólo uno. “Si algo me interesa, es porque seguimos viviendo en un marco cultural que nació entonces, por supuesto, muy transformado”.

Ambos ponentes coincidieron en señalar cómo mayo del 68, pese a ser revolucionario, siguió siendo machista, de hecho, fue una semilla para aquel congreso de sindicatos de estudiantes socialistas en Alemania donde las mujeres acabaron lanzando tomates a los ponentes. Una constatación de cómo se sigue hoy discutiendo muchos de los temas que se discutían entonces: la disparidad entre lo colectivo y lo individualista, la disyunción entre la figura del Estado como garante de los derechos o del capital, o de los derechos del capital, la pertinencia de si se puede hacer la revolución con los hombres o las mujeres deben hacerla solas; sobre la pervivencia o no de la teoría mecanicista; la constatación de cómo la economía del Estado del bienestar se desmanteló con la crisis del petróleo; el debate sobre qué se ha hecho tan mal para convertirnos en esclavos de nuestra propia productividad, el papel de la droga, la aparición del sida, o asuntos como la tan utilizada técnica del bazucazo mexicana sin olvidar Checoslovaquia. Prácticamente todos los temas los mismos, menos uno, por razones obvias. “Internet es capitalista pero le veo descosidos”, dijo González Ferriz. 

Entre las conclusiones del libro se puede leer que “salvo en Checoslovaquia, en términos de política institucional, los acontecimientos del 68 fueron poco más que una molestia. Y la antesala de tiempos muy convulsos”. Se debatió si procede o no institucionalizar la revuelta, se argumentó que sí, en tanto que todos tienen derecho a un chalet; también, sobre las diferencias entre el movimiento aquel y el del 15 M, donde se exige la playa pero también un contrato fijo considerando el movimiento de la Puerta del sol más reformista que revolucionario. Ah, y un pequeño vislumbre sobre cómo nos contaron la historia y cómo la contamos nosotros ahora. Mayo del 68 , según el autor, “propició revueltas con origen político y cultural, pero no económico como las actuales.

Muñoz destacó la actualidad de “El hombre bidimensional” de Marcuse, como “Las enseñanzas de don Juan” de Castaneda como ejemplos que revelan la cohesión y contingencia interna de las enseñanzas y “cómo la política se puso en el puesto de mando y acabó con la revolución mental sacrificando el planteamiento radical y progresista por la disciplina de partidos”; reseñó los textos de Alan Watts sobre el poder de la tecnología, y se emplazó a reivindicar de nuevo la parte creativa artística de la revolución. Por su parte, González Ferriz recordó la vigencia de William Morris en su defensa de aquello artesanal y a Guy Debord en “La sociedad del espectáculo” y “El tratado para saber vivir”. 

Finalmente, González Ferriz se despidió con la siguiente frase: “La pregunta que debemos hacerles no sólo a los personajes históricos sino a nosotros mismos es: ¿qué es más sabio, pensar siempre lo mismo o cambiar de opinión?. Con esto, tiendo a ser generoso y procuro verme dentro de veinte años”, señaló. En cualquier caso, parece que hoy no se pueda seguir hablando de revolución, por tanto, tampoco de reacción, y en cualquier caso, el año que corre suma 2018. Es decir, ya no estamos en la misma época. | VP-2018-01, 24.5.2018

maria tomás garcía