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Ana de Miguel propone un ajuste de cuentas con los grandes filósofos legitimadores de la doble verdad entre hombres y mujeres

Atención: Las mujeres también son seres humanos, ¿o son superhumanas? ¿Le parece una verdad de perogrullo? Asómese por curiosidad, ese atributo ¿femenino?, al libro de la profesora Ana de Miguel, “Neoliberalismo sexual, El mito de la libre elección”, al que la filósofa feminista, profesora de Filosofía Moral y Política en la Universidad Juan Carlos de Madrid, dedicó reflexiones dentro del II Festival de Filosofia de València en una conferencia con el título “Un mundo con rumbo: sin feminismo no hay revolución”. 

La acompañaba Marina García-Granero diciendo que su obra, “repleta de ideas sugerentes y ejemplos actuales, nos proporciona nuevas lentes con las que explorar la sociedad. Su libro es una brújula; el feminismo no es una teoría de la preferencia individual sino una teoría crítica de la sociedad”, “un proyecto completo para toda la humanidad”, añadía la filósofa. La tarea de Ana de Miguel consistió en analizar cómo se sigue reproduciendo la desigualdad entre hombres y mujeres, también en sociedades formalmente igualitarias. “Porque la desigualdad, aparte de un concepto, es una forma de ordenar el mundo, un sentimiento que se interioriza”, señalaba. 

Su trabajo se dedica a remarcar la importancia de los conceptos y definir el género como una experiencia real de explotación (los vientres de alquiler, entre otros) o de apropiación utilitarista (la prostitución, la pornografía, la violación, que retroalimentan el patriarcado). “La conversión de los cuerpos de las mujeres en mercancía es el medio más eficaz para difundir y reforzar la ideología neoliberal”, decía. Una sentencia que concierne a hombres y mujeres en tanto que Ana de Miguel utiliza la palabra patriarcado como sinónimo de capitalismo. Y dice: “se habla mucho de la sociedad líquida, pero nosotras necesitamos algo sólido”. “Debemos proteger la naturaleza intrínsecamente política de la teoría feminista desde el punto de vista de la justicia”, añadía García Granero. 

Y entonces. Una conferencia llena de hilos para tejer. Ana de Miguel habló de esperanza, al ver en la tierra de Celia Amorós, su mentora y amiga, un aforo tan lleno de gente joven. También recordó a Amelia Valcárcel y a Simone de Beauvoir. Y le mandó un saludo a Olympe de Gouges. Habló también del cansancio de la condena de la violencia, y de la necesidad de pasar de la condena al conocimiento. De los hombres como niños grandes. De la no separación del ser y el cuerpo. De la falta de grandes relatos. De cómo se confunde el concepto de libertad con el de libertad sexual. De la prostitución como el consumo de botellas de agua. De los hombres hinchados de soberbia y vanidad. De cómo la emoción de universalidad legitima todas las revoluciones. Hubo preguntas: ¿cómo los hombres se toleran hacer lo que les hacen a las mujeres, en el pasado y en el presente? ¿Por qué la desigualdad entre hombres y mujeres corrompe profundamente la moral y la política de la sociedad? También hubo alguna afirmación rotunda: “El feminismo es el tipo de filosofía de quienes queremos construir un mundo mejor. La lucha por la igualdad es una lucha entre todos los seres humanos”. O esta otra: “el patriarcado es el ocultamiento de que los hombres no tienen la capacidad de ser padres”.

Ana de Miguel hizo servir el humor para relajar los conceptos duros, y proponía cambiar la expresión “hijos de puta” por “hijos de puteros” o analizar el consabido distingo entre “coñazo” y “cojonudo”. Quizá, la manera más sencilla de explicar la doble verdad, “porque es que hay dos, una para los hombres y otra para las mujeres”. Ahora, con el mundial de fútbol, Ana de Miguel se preguntaba ¿dónde aprenden las niñas lo que son las mujeres?

Para Ana de Miguel, es importante ir a las causas para cambiar las consecuencias. Entre otras cosas, su estudio la ha llevado a revisar a los grandes filósofos padres fundadores de la actual visión del mundo y comprobar cómo legitimaron la desigualdad total. “Tenemos que darles una explicación a los jóvenes”. Porque para Aristóteles las mujeres eran “vasijas vacías”; para Nietzsche, “el juguete más peligroso”; para San Agustín, “cuerpos de libre acceso para procrear y para el placer”, y para Levi Strauss, “el bien más preciado”, una afirmación que coloca a las mujeres en el estatus de objeto, siempre según De Miguel. Y todo eso “en un neoliberalismo como base del patriarcado, que impele a lo hombres a no poner límites a sus deseos, donde todo se puede comprar y vender, incluido el cuerpo, a costa de quienes tienen que luchar por su supervivencia”, decía la filósofa.

“Nosotras luchamos por dejar de ser cuerpo. Como decía el eslógan de los años sesenta: “Mi cuerpo es mío”. “Lo decían, señalaba Ana de Miguel, en el sentido de que no es tuyo”. | VP-2018-07

maria tomás garcía