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Gonçal López-Pampló: Puede que si el ensayo caduca, quien legítimamente ocupe su lugar sea la filosofía, por Maria Tomàs García

Entrando, a la izquierda, junto a la escalera, hay una pianola Fischer, de Nueva York, 1912. Donación de la familia Beltrán-Ferrandis al pueblo de Sueca en 2004. Desde las teclas se ve el cuadro alegórico de Alfredo Clarós Garcia con león y leona. Es la entrada a la casa de Juan de la Cruz Fuster Ortells, abogado, más conocido como Joan Fuster, escritor, cuya morada resultaba ser punto de llegada en la Ruta de pensamiento que Avivament organizaba en el certamen de 2018. El conjunto de personas que se reunían en la Estación del Norte de Valencia tenían un mismo destino, el Espai Joan Fuster de Sueca, un pueblo de la Ribera Baja en cuyo mercado municipal quedan algunos puestos abiertos. Hacían el camino juntos para visitar lo que ahora es un museo, centro de documentación y aula didáctica, lleno de libros, aforismos en ventanas y puertas, cuadernos de trabajo, objetos personales de su labor también periodística, y litografías de Renau o cuadros del Equipo Realidad. En el claustro, el profesor de la Universitat de València y director de la Editorial Bromera, Gonçal López-Pampló, ofrecía una conferencia, “L’assaig al País Valencià”, acompañado por el director del Espai Joan Fuster de Sueca, Salvador Ortells Miralles.

De la visita, una frase: “la vida es corta, el arte es largo”. Cada uno ha de descubrir a su Fuster y ver hasta dónde le llega. Y otra de merchandising para camisetas: “no tengo ninguna otra autoridad que la de haberme apasionado hasta la obsesión por la vida y el destino de mi pueblo. Puede que sea la única pasión noble que reconozco en mi”. 

La charla formaba parte de un trabajo sobre la tesis doctoral de López-Pampló, que la institución Alfons el Magnànim publicará en un volumen colectivo de Historia cultural, lo que ya es un dato de por sí. Para la charla, el profesor se situaba deliberadamente en el ámbito de la historia cultural desde la filosofía, vinculado, todo, a las condiciones de producción que enmarcan el hecho literario como hecho industrial. El tema: el análisis  de siete décadas de ensayo en el País Valencià, de 1947 a 2017, es decir, desde la posguerra hasta la actualidad; un trabajo exhaustivo, aunque siempre inacabado “con la esperanza de seguir trabajando”, y con la laguna flagrante de la presencia femenina para la que el conferenciante decía “no tener una respuesta concluyente”.  La densidad del discurso y el riesgo de fosilización hace imposible reproducir aquí el caudal de nombres y referencias al objeto de no cometer olvidos. Sólo una pregunta. ¿cuáles son los referentes propios? 

Para el diálogo, otra pregunta que era una provocación y necesitaba de matices: ¿Había ensayo antes de Fuster? ¿Lo hay ahora? Suponiendo que Fuster sea ensayo, que no sólo, la respuesta es afirmativa, lo había antes y lo hay después, “aunque no es menos cierto que el “homenot” de Sueca marcó un antes y un después en la literatura y la sociedad valenciana con afirmaciones que están históricamente circunscritas en sus escritos. Si alguien lo ha hecho a la manera de Montaigne es Fuster”, decía López-Pampló, y no tanto en la definición “hereje” de Adorno. En primer lugar había que ir a la definición de ensayo, no como ejecución previa de un acto para ver si saldrá bien, sino como género literario, que para López-Pampló tiene que ver más con una frontera, con límites nada nítidos, en linde con la filosofía, el periodismo o la historia. Sergio del Molino se puso como ejemplo comparativo. Si se habla de etiquetas, también de su laxitud y del entendimiento dinámico. “En el debate de los géneros, el ensayo ocupa una posición irónica de privilegio. Imposible su definición. El carácter indefinible sería su característica más definitoria”, decía López-Pampló recordando a Eugeni d’Ors y señalando que, en cualquier caso, esa definición sería “obligación” de la academia, y advirtiendo, no obstante, “que un concepto que es una negación siempre es un mal concepto”. “Si el ensayo cumple una función social, no va ligada al texto sino a una necesidad social”, decía, y citaba a Rodari y su “Escuela de fantasía”, cuando se hablaba aquello de que “con tus alumnos has de poder hablar de cualquier cosa”. Y otra idea; a la hora de estudiar un ensayo no es tanto la persona como la inserción de la figura en un contexto y en un sistema. Y en su opinión, Fuster “todavía necesita ser contextualizado”.

Por tanto, el género y el autor, Fuster, como “síntoma y excepción”, “por su magnitud, profundidad, coherencia y la proyección de su obra”, más extensa que la suya propia.

Analizar la perspectiva de los últimos 70 años implicaba hablar de déficit, como decía Gustavo Muñoz en la Revista Transversal hace 20 años, “a escala española, y en lengua valenciana mucho más”. Hay que situarse en el contexto después de la Segunda Guerra Mundial, señalando la importancia de los ochenta, y recordar, como hizo López-Pampló, a Gèrard Genette “cuando diferenciaba entre ficción y dicción”; entre peritexto y el epitexto; de la tipología divulgativa (el país como tema) o deliverativa (el dietario como opción formal preeminente); de la dualidad lingüística, y de la función social del género: “el ensayo aspira a proporcionar un espacio de reflexión libre y subjetiva donde el lector puede encararse a ideas diferentes a las suyas”, aseveraba López-Pampló. Reivindicar a Fuster como escritor y reclamarlo como ensayista era un punto de partida para acercarse a un hombre que dialoga con Erasmo, Montaigne, Bacon, Voltaire, Thoureau, Azorín, Ortega y Gasset, D’Ors, Pla y tantos otros. Da fe su biblioteca con más de 23.000 volúmenes, catalogados. Para López-Pampló, “el gran tema de Fuster es la Modernidad”, ese mundo del pensamiento nacido con la Ilustración y que se encarna posteriormente, sobre todo, en el pensamiento científico y la idea de progreso, pero también, en el pensamiento crítico que ha cuestionado los límites o la validez de la misma Modernidad. “Fuster la juzgó con vocación de futuro”, afirmaba. Para Gonçal López-Pampló, “puede que el ensayo sea un artefacto con fecha de caducidad, un fracaso asociado al triunfo de la ciencia. Y puede que, si el ensayo caduca, quien legítimamente, y no como usurpación ocupe su lugar, sea la filosofía”, añadía. Al fin y al cabo, dijo, “es un área vinculada a la misma existencia de la especie humana como animal con conciencia propia”. | VP-2018-14

maria tomás garcía